
El Escritor Sagrado, con inspiración y fervor del alma declaró su adoración y pleno reconocimiento a Dios, legando testimonio escrito en este Salmo de su amor al único Ser Soberano, a quien le entrega gloria por su bondad, misericordia y verdad. Invita el salmista a ejecutar acciones de adoración al Señor tales como cantar, servirle con alegría, venir a su presencia con regocijo, reconocerle como el único Dios. Estas acciones son realizadas por aquellos que le tratan, es decir su pueblo, los que Dios ha ordenado para hacerlos suyos y para que, conociéndole, le adoren con entendimiento. Este mismo sentir lo expresa el salmista cuando dice: “Venid, adoremos y postrémonos; arrodillémonos delante de Jehová nuestro hacedor. Porque él es nuestro Dios; nosotros el pueblo de su dehesa, y ovejas de su mano. …” Salmo 95:6-7.
El ser de la pertenencia de Dios o ser su pueblo sólo está en la potestad del Señor concederlo, y esto a quien Él escoge, y, constituye un privilegio maravilloso para la persona que es favorecida; así se le dijo al pueblo de Israel: “Y Jehová te ha ensalzado hoy para que le seas su peculiar pueblo, como él te lo ha dicho, y para que guardes todos sus mandamientos; Y para ponerte alto sobre todas las gentes que hizo, para loor, y fama, y gloria; y para que seas pueblo santo á Jehová tu Dios, como él te ha dicho.” Deuteronomio 26:18- 19. Mas también se adquiere, además del privilegio, un compromiso de alta responsabilidad: Ser fiel al Señor para cumplir y guardar sus mandamientos con amor. Moisés, el caudillo, se encarga de hacer saber a Israel las promesas de bendición y privilegio que ahora gozan como pueblo de Dios: “Confirmarte ha Jehová por pueblo suyo santo, como te ha jurado, cuando guardares los mandamientos de Jehová tu Dios, y anduvieres en sus caminos. Y verán todos los pueblos de la tierra que el nombre de Jehová es sobre ti, y te temerán.” Deuteronomio 28:9-10.
Israel, una vez constituido como nación, fue instruido como pueblo sabio, con un claro entendimiento de lo que era, porque Dios lo erigió para su servicio y gloria de su nombre; de manera que con toda determinación y voluntad se debían ofrecer para adorarle: “Y Moisés subió á Dios; y Jehová lo llamó desde el monte, diciendo: Así dirás á la casa de Jacob, y denunciarás á los hijos de Israel: Vosotros visteis lo que hice á los Egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído á mí. Ahora pues, si dieres oído á mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros seréis mi reino de sacerdotes, y gente santa. …” Éxodo 19:3-5.
Reconocer que Jehová Él es Dios, es aceptar que no hay otro Dios como él, que solo Él es el Dios de la gloria, creador de todo cuanto existe, que preserva para su gloria todas las cosas; que él nos formó y nos estableció como su pueblo, para que le sirvamos y le adoremos. Así lo hizo el profeta Isaías cuando confiesa su necesidad y ruega a Dios sus bendiciones, pidiendo que mire la condición de su pueblo: “Ahora pues, Jehová, tú eres nuestro padre; nosotros lodo, y tú el que nos formaste; así que obra de tus manos, todos nosotros. No te aires, oh Jehová, sobremanera, ni tengas perpetua memoria de la iniquidad: he aquí mira ahora, pueblo tuyo somos todos nosotros.” Isaías 64:8-9.
Siendo Pueblo de Dios, gozamos de la bendición de estar bajo el cuidado del dueño de todas las cosas; y siendo ovejas de su prado tenemos el cuidado amoroso del Pastor de pastores. De ahí la seguridad de ser oídos por Dios y ser librados de mal, porque él ama a su pueblo que confía: “Entre ante tu acatamiento el gemido de los presos: conforme á la grandeza de tu brazo preserva á los sentenciados á muerte. Y torna á nuestros vecinos en su seno siete tantos de su infamia, con que te han deshonrado, oh Jehová. Y nosotros, pueblo tuyo, y ovejas de tu dehesa, te alabaremos para siempre: Por generación y generación cantaremos tus alabanzas.” Salmo 79:11-13.
Este discernimiento nos lo ha dado el Señor; saber que en el tiempo de gracia, es decir, en el tiempo del cumplimiento de la obra de Cristo el Señor, en su gran amor, por su muerte y resurrección, justificó y santificó un pueblo, el cual estableció como su iglesia; el apóstol Pedro, por revelación de Dios, lo califica como linaje escogido, gente santa, pueblo adquirido, que, al creer en Jesucristo aceptando los méritos de su sacrificio, obtiene el privilegio de ser pueblo de Dios: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, gente santa, pueblo adquirido, para que anunciéis las virtudes de aquel que os ha llamado de las tinieblas á su luz admirable. Vosotros, que en el tiempo pasado no erais pueblo, mas ahora sois pueblo de Dios …” 1 Pedro 2:9-10. Cristo amó a su iglesia y se entregó por ella para santificarla y constituirla como su pueblo, para presentársela gloriosa para sí, una iglesia santa. “…limpiándola en el lavacro del agua por la palabra para presentársela gloriosa para sí, una iglesia que no tuviese mancha ni arruga, ni cosa semejante; sino que fuese santa y sin mancha.” Efesios 5:26-27.
Nos corresponde, como pueblo de Dios, en este tiempo considerar sabiamente que como iglesia de Jesucristo lavada y redimida con su sangre, no hemos estado solos ni hemos caminado en la orfandad. Él es nuestro Padre y nos ha amparado con amor, es el Buen Pastor, que conforta nuestra alma y que, por amor de su nombre, nos guía por sendas de justicia (Salmo 23:1-6).
En nuestras reflexiones diarias afirmamos, con toda el alma, que ha sido la mano del Señor a nuestro favor y que bajo el amparo del Dios Todopoderoso estaremos concluyendo este año dos mil veinte en medio de tiempos difíciles, situaciones atípicas y circunstancias complejas que estamos viviendo; ante todas estas cosas, estaremos agradeciendo al Señor su gran amor y su grande bondad para con nosotros, porque Pueblo suyo somos, porque Jehová, Él es bueno y porque para siempre es su misericordia. El Señor los bendiga y guarde.
El Testigo de la Fe Apostólica Noviembre 2020