Salmo 48:1
Los Salmos fueron escritos por hombres de Dios inspirados para exaltar la grandeza del Creador, para proclamar sus propósitos, para glorificarle con cánticos que prorrumpen adoración a su majestad. Estos escritos reflejan la íntima relación de los hombres piadosos con el Eterno; son alabanzas, otros son oraciones, cantos propios para coros o para cantar en congregación.
En este Salmo de los hijos de Coré se detalla lo que representa para la nación Israelita la ciudad donde reside y permanece la gloria del gran Rey, Sión, a la que llama Ciudad de nuestro Dios, Monte de su Santuario, Hermosa Provincia. Por tal razonamiento, y conociendo las maravillas de Jehová manifestadas a su favor, se conmueve el alma y aseveran: “Grande es Jehová y digno de ser en gran manera alabado, En la ciudad de nuestro Dios, en el monte de su santuario. Hermosa provincia, el gozo de toda la tierra…Dios en sus palacios es conocido por refugio.” Salmo 48:1-3.
Este mismo pensamiento es comunicado por el escritor sagrado de la siguiente manera: “…Jehová en Sión es grande, Y ensalzado sobre todos los pueblos. Alaben tu nombre grande y tremendo: El es santo…Ensalzad á Jehová nuestro Dios, Y encorvaos al estrado de sus pies: El es santo.” Salmo 99:1-5. El pueblo de Dios, al tener la vivencia de la gloria del Señor a su favor testifican de su grandeza, como Josué el caudillo junto con el pueblo de Israel, cuando pasaron el río Jordán y delante de ellos el Señoreador de toda la tierra; las aguas del Jordán se detuvieron y pasaron en seco; erigieron luego un altar a Jehová, y señaló Josué al pueblo que explicaran a sus hijos el significado de aquellas doce piedras como altar y les declararan los portentos de Dios: “… Porque Jehová vuestro Dios secó las aguas del Jordán delante de vosotros, hasta que habíais pasado, á la manera que Jehová vuestro Dios lo había hecho en el mar Bermejo, al cual secó delante de nosotros hasta que pasamos: Para que todos los pueblos de la tierra conozcan la mano de Jehová, que es fuerte; para que temáis á Jehová vuestro Dios todos los días.” Josué 4:22-24. Como lo exclamó también Ethan Ezrahita en la instrucción del Salmo 89, diciendo: “…Porque ¿quién en los cielos se igualará con Jehová? ¿Quién será semejante á Jehová entre los hijos de los potentados? Dios terrible en la grande congregación de los santos, Y formidable sobre todos cuantos están alrededor suyo…” Salmo 89:5-8.
El Poeta de Israel, David, se expresó con aclamación de adoración: “Grande es Jehová y digno de suprema alabanza: y su grandeza es inescrutable. Generación á generación narrará tus obras, y anunciarán tus valentías. … Alábente, oh Jehová, todas tus obras; Y tus santos te bendigan. La gloria de tu reino digan, Y hablen de tu fortaleza;” Salmo 145:3-11. La grandeza del Señor no se puede escrutar ni puede ser comprendida
en su totalidad por el razonamiento natural del hombre, sólo por la revelación que Dios mismo le da al que le sirve con temor y le ama con devoción. Israel, como nación, se distinguió como ningún otro pueblo sobre la tierra, porque conoció a Dios, y esto porque él se mostró con poder a ellos; así lo declaró el rey David: “Jehová, no hay semejante á ti, ni hay Dios sino tú, según todas las cosas que hemos oído con nuestros oídos. ¿Y qué gente hay en la tierra como tu pueblo Israel, cuyo Dios fuese y se redimiera un pueblo, para hacerte nombre con grandezas y maravillas, echando las gentes de delante de tu pueblo, que tú rescataste de Egipto? Tu has constituido á tu pueblo Israel por pueblo tuyo para siempre; y tú, Jehová, has venido a ser su Dios.” 1 Crónicas 17:20-22.
El razonamiento que enuncia Eliú hijo de Barachêl, Bucita, al paciente Job, asientan esta gran verdad, reiterando que Jehová es grande: “…En Dios hay una majestad terrible. El es Todopoderoso, al cual no alcanzamos, grande en potencia; Y en juicio y en multitud de justicia no afligirá. Temerlo han por tanto todos los hombres: El no mira á los sabios de corazón.” Job 37:22-24. Su grandeza, majestad y gloria, el Señor la manifiesta a su pueblo y éste la atestigua, como hicieron David, los Levitas y los Sacerdotes de Israel, proclamando: ”Cantad á él, cantadle salmos; Hablad de todas sus maravillas. Gloriaos en su santo nombre; Alégrese el corazón de los que buscan á Jehová. Buscad á Jehová y su fortaleza; Buscad su rostro continuamente. Haced memoria de sus maravillas que ha obrado, De sus prodigios, y de los juicios de su boca, Oh vosotros, simiente de Israel su siervo, Hijos de Jacob, sus escogidos. Jehová, él es nuestro Dios; … Cantad entre las gentes su gloria, Y en todos los pueblos sus maravillas. Porque grande es Jehová, y digno de ser
grandemente loado, Y de ser temido sobre todos los dioses. Porque todos los dioses de los pueblos son nada: Mas Jehová hizo los cielos. Poderío y hermosura delante de él; Fortaleza y alegría en su morada. Atribuid á Jehová, oh familias de los pueblos, Atribuid á Jehová gloria y potencia.” 1 Crónicas 16:9-28. Este Dios, grande y maravilloso, es un Dios Eterno, Inmutable y Todopoderoso; la Sagrada Escritura lo refiere en el Nuevo Testamento como el mismo Cristo de gloria, destacando la perfección de su eternidad, al decir: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos.” Hebreos 13:8. San Pablo apóstol explicó que Dios mismo, manifestado en Cristo, cumplió sus propósitos de salvación para el mundo y hoy nos habla por el Hijo, el cual es el resplandor de su gloria y la misma imagen de su sustancia (Hebreos 1:1-3). Él nos ha establecido como su iglesia, la iglesia del Dios vivo, columna y apoyo de la verdad (1 Timoteo 3:15).
Estimados hermanos, con esta riqueza de conocimiento en Jesucristo y disfrutando la gracia de Dios que nos salvó, le servimos con gozo, reconociendo que Él es grande y digno de ser en gran manera alabado. Aunque la iglesia pase por momentos difíciles, de zozobra, de aflicción, no deben ser causa de inquietud o desasosiego; estamos cubiertos bajo la sombra de un Dios glorioso, somos objeto de su amorosa mirada y comprendidos en la promesa de nuestro Salvador, cuando nos dice: “Y yo les doy vida eterna: y no perecerán para siempre, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, mayor que todos es: y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre. Yo y el Padre una cosa somos”. San Juan 10:28-30. Hermanos, vivamos seguros en Él y proclamemos con gozo que nuestro Dios es grande. El Señor les bendiga y guarde.
El Testigo de la Fe Apostólica Noviembre 2020