
…Mi rostro irá contigo

Iglesia Evangelica Cristiana Espiritual
Por IECE
Por IECE
En la lectura de este versículo se narra la actitud de una persona que, al recibir la salud en su cuerpo, vino ante el Maestro y derribándose a sus pies, expresamente le agradece por el gran favor que recibió.
Nos relata la Biblia que andando Jesús aquí sobre la faz de la tierra, en una ocasión en que caminaba con destino a Jerusalem, al pasar por medio de Samaria y de Galilea, al entrar en una aldea, lo recibieron diez hombres que estaban enfermos, tenían lepra. A lo lejos se detuvieron y con voz muy fuerte, gritaron: Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros. El Señor los envió a mostrarse con los sacerdotes, con gusto lo hicieron, después de hacer lo que Cristo les dijo; al momento fueron limpios. Ante este glorioso acontecimiento, una vez sanos, nueve de ellos, ignoraron el gran favor, no tuvieron el ánimo en su corazón de regresar ante quien les había concedido la salud, y agradecer al Doctor de doctores que fue Él que les concedió ese bien. En cambio uno, agradecido y valorando el inmenso favor, va hasta Jesús, y glorificando su nombre y humillado hasta el polvo, le da gracias al Señor. (San Lucas 17:11-16)
El término gracias; se utiliza para expresar el agradecimiento a una persona por los favores hechos. Es un sentimiento que nace del corazón, que ayuda a apreciar el beneficio recibido y nos conduce a corresponder a Él. Todos los que por gracia de Dios, hemos alcanzado grandes y gloriosas bendiciones de parte de Él, somos conscientes que el Señor nos ha hecho participantes de su naturaleza divina, y no solo esto, continuamente nos colma de favores y misericordias, por lo mismo, el deber de cada uno de nosotros es, expresarle de viva voz nuestro agradecimiento, así nos recomienda la palabra de Dios: “Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, á la cual asimismo sois llamados en un cuerpo; y sed agradecidos.” Colosenses 3:15. ¿Cuándo y en qué momento o circunstancia seremos agradecidos? En todo, en la alegría, como también en la angustia, en la abundancia, pero también en la escases, en la salud y en la enfermedad, tendremos la fuerza para decirle al dueño de nuestra vida: Gracias Señor.
Encontramos un testimonio Bíblico de un hombre justo, en su meditación y remembranza que hace de las cosas que de Dios recibió, dijo: “¿Qué pagaré á Jehová por todos sus beneficios para conmigo? Salmo 116:12. ¿Cómo le puedo pagar a mi Dios, tanto bien que me ha hecho? Haciendo que cosa puedo abonar a sus favores, concluye diciendo: “Tomaré la copa de la salud, é invocaré el nombre de Jehová. Ahora pagaré mis votos á Jehová delante de todo su pueblo.” Salmo 116:14. Pagando los votos al Altísimo, no solo se abona sino que se le demuestra la Gratitud del corazón. Así que, hermano; paguemos nuestros votos a Dios nuestro Señor. Todos los cristianos en algún momento abrimos nuestro corazón y nuestros labios para prometer al Señor, llegaremos ante su presencia pagando el voto prometido, así le estamos diciendo; muchas gracias Señor.
En el ocaso del año dos mil veinte, es oportuno que todos hagamos una remembranza de lo que el Señor ha hecho a favor de nosotros y de nuestros hijos. El apóstol San Pablo dice: “…Si bien no se dejó á sí mismo sin testimonio, haciendo bien, dándonos lluvias del cielo y tiempos fructíferos, hinchiendo de mantenimiento y de alegría nuestros corazones.” Hechos 14:17. Tenemos el testimonio del bien de Dios impartido a nosotros, no faltó el sustento para la familia, tampoco el vestido, nos mantiene con vida, conscientes estamos que este año, nos deja una estela de cosas que Dios ha permitido que así sucedan dentro de esto hay buenos recuerdos, El Señor nunca nos ha dejado, ha sido nuestro amparo, nuestro refugio, la roca de nuestra salud. Por todo esto alabamos y bendecimos su Nombre, sabiendo que de Él es la magnificencia, el poder y la gloria, la victoria y el honor, Él señorea en todas las cosas, por ello concluyo diciendo: Muchas Gracias Señor.
Hno. Simeón Alvarado De Lara
Por IECE
San Lucas 2:10
NUEVAS: Noticia o información sobre un hecho reciente.
Nuevas de gran gozo fueron las que les dio el ángel a los pastores que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su ganado en tierras de Beth-lehem de Judea, diciéndoles: “No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: Que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor. Y esto os será por señal: hallaréis al niño envuelto en pañales, echado en un pesebre. Y repentinamente fué con el ángel una multitud de los ejércitos celestiales, que alababan á Dios, y decían: Gloria en las alturas á Dios, Y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres.” ¡Había gran gozo en el cielo! Con el nacimiento de Jesucristo, se estaba manifestando la bondad de Dios para dar salvación al mundo entero.
La situación que vivía el pueblo de Israel, era lamentable; estaban subyugados al imperio Romano, tenían una gran decadencia espiritual al no atender a la voz de Dios, y sin embargo hay una luz de esperanza en las palabras que pronunciaron los profetas inspirados por Dios, como Isaías, que anunció: “Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado; y el principado sobre su hombro: y llamaráse su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz.” Isaías 9:6. Por esa razón, el anuncio dado por los ángeles ciertamente eran nuevas de gran gozo, ya que con el nacimiento del Señor Jesucristo se cumplirían todas las promesas de parte de Dios.
Estas promesas fueron creídas por hombres fieles y esperadas pacientemente, guardando con fervor la palabra dada por Dios para la redención del género humano. El evangelista San Lucas relata acerca de Simeón, un hombre justo y pío que esperaba la consolación de Israel, diciendo: “… y el Espíritu Santo era sobre él. Y había recibido respuesta del Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese al Cristo del Señor. Y vino por Espíritu al templo. Y cuando metieron al niño Jesús sus padres en el templo para hacer por él conforme á la costumbre de la ley. Entonces él le tomó en sus brazos, y bendijo á Dios, y dijo: Ahora despides, Señor, á tu siervo, Conforme á tu palabra, en paz; Porque han visto mis ojos tu salvación, La cual has aparejado en presencia de todos los pueblos; Luz para ser revelada á los Gentiles, Y la gloria de tu pueblo Israel.” Lucas 2:25-32
Esas nuevas de gran gozo hicieron vibrar los corazones de quienes reconocieron el cumplimiento de tan maravillosas promesas de parte del Señor. Como hasta el día de hoy, cuando conmemoramos el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo se llena de alegría nuestro corazón, sabiendo que es el mismo Dios manifestado en carne, y nos conmueve el alma por la forma en que vino a nacer a este mundo, que por amor de nosotros se hizo pobre, siendo rico; para que nosotros con su pobreza, fuésemos enriquecidos; siendo el Rey de la Gloria no hubo lugar para Él en el mesón, por lo cual fue puesto en un pesebre y envuelto en pañales, pero todo lo hizo por amor a ti y a mí y al mundo entero. La Iglesia ahora conmemora su nacimiento con mucha devoción y alegría pues es un hecho real y maravilloso, como dijo el apóstol Pablo: “Palabra fiel y digna de ser recibida de todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar á los pecadores …” 1ª. Tim. 1:15.
Esta buena nueva ha traído gran gozo, y nos rendimos ante Él con alabanzas y reconocimiento porque nació el que vino a llenar nuestras vidas de paz y esperanza, trasladándonos de las tinieblas a su luz admirable. Vivamos siempre agradecidos con el tierno y amante Jesús por tan grande amor que mostró a favor de cada uno de nosotros. Dios bendiga y guarde.
El Testigo de la Fe Apostólica Noviembre 2020
Por IECE
1 de Samuel16:17
En tiempos en que Saúl, primer rey de Israel, fuera desechado por Dios por haber desobedecido a sus indicaciones divinas, fue necesario elegir a otro que tuviera las cualidades morales y espirituales para apacentar y guiar a su pueblo. En aquel entonces el profeta Samuel era el instrumento que Dios utilizaba para ungir a quien era elegido para ser rey, y mientras este Siervo de Dios lamentaba la caída de Saúl, Dios ya tenía elegido al que sería el nuevo monarca de Israel, así que le indicó ir a ungir al que él había escogido, diciéndole: “… ¿Hasta cuándo has tú de llorar á Saúl, habiéndolo yo desechado para que no reine sobre Israel? Hinche tu cuerno de aceite, y ven, te enviaré á Isaí de Beth-lehem: porque de sus hijos me he provisto de rey.” 1 Samuel 16:1 El elegido de Dios era uno de los hijos de un hombre llamado Isaí, residente de Beth-lehem y, según quedó registrado en las Escrituras, él había engendrado siete hijos: “E Isaí engendró á Eliab, su primogénito, y el segundo Abinadab, y Sima el tercero; El cuarto Nathanael, el quinto Radai; El sexto Osem, el séptimo David:” 1 Crónicas 2:13- 15.
La indicación de Dios para Samuel fue ésta: “… Toma contigo una becerra de la vacada, y di: A sacrificar á Jehová he venido. Y llama á Isaí al sacrificio, y yo te enseñaré lo que has de hacer; y ungirme has al que yo te dijere.” 1 Samuel 16:2- 3. Obedeciendo, el profeta santificó a Isaí y a sus hijos y los llamó al sacrificio; cuando Samuel vio a Eliab, el mayor, al ver su parecer y estatura, pensó que él era el elegido, mas Dios le dijo: “… No mires á su parecer, ni á lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová mira no lo que el hombre mira; pues que el hombre mira lo que está delante de sus ojos, mas Jehová mira el corazón.” 1 Samuel 16:7. Dios no elige según el aspecto o capacidad física de las personas, sino que él escudriña el corazón. Después fue llamado el siguiente hijo, Abinadab, y tampoco a éste había elegido Dios. Posteriormente pasaron todos los demás hijos de Isaí y ninguno de ellos era el elegido, por lo que Samuel preguntó si faltaba alguno más; Isaí respondió que faltaba el menor, el que cuidaba las ovejas. El profeta mandó traerlo, diciendo “porque no nos asentaremos á la mesa hasta que él venga aquí”. Al llegar David ante Samuel, de inmediato recibió la orden divina “…Levántate y úngelo, que éste es.” Samuel lo ungió con aceite y desde aquel día en adelante el espíritu de Jehová tomó a David (1 Samuel 16:11- 13). Los sentimientos, principios y valores que radican en el corazón, fueron determinantes en la elección de David, pues aptitud física no había en él, pero las cualidades de su corazón eran las más importantes para tan significativo cargo, y Dios, que ve los corazones, se había agradado de él. Durante toda su vida David vivió convencido de que Dios examina los corazones, por lo que se condujo siempre con toda rectitud, procurando siempre ser limpio y sincero en todo lo que hacía; por ello, en cierta ocasión dijo: “Yo sé, Dios mío, que tú escudriñas los corazones, y que la rectitud te agrada: por eso yo con rectitud de mi corazón voluntariamente te he ofrecido todo esto, y ahora he visto con alegría que tu pueblo, que aquí se ha hallado ahora, ha dado para ti espontáneamente.” 1 Crónicas 29:17.
Aún en la última parte de su reinado, siendo ya viejo, entregó el consejo más importante que un padre piadoso puede darle a un hijo, pues aconsejando a Salomón, le dijo: “Y tú, Salomón, hijo mío, conoce al Dios de tu padre, y sírvele con corazón perfecto, y con ánimo voluntario; porque Jehová escudriña los corazones de todos, y entiende toda imaginación de los pensamientos. Si tú le buscares, lo hallarás; mas si lo dejares, él te desechará para siempre.” 1 Crónicas 28:9. Tener permanentemente este conocimiento conduce a toda persona piadosa, sea viejo, joven o niño, a hacer con verdad y sinceridad todas las cosas, no haciéndolas solo por apariencias o por convencer al ojo humano, su prioridad en la vida es hacer todo con rectitud y verdad, sabiendo que Dios mira y conoce a perfección el corazón.
El Testigo de la Fe Apostólica Noviembre 2020
Por IECE
El Escritor Sagrado, con inspiración y fervor del alma declaró su adoración y pleno reconocimiento a Dios, legando testimonio escrito en este Salmo de su amor al único Ser Soberano, a quien le entrega gloria por su bondad, misericordia y verdad. Invita el salmista a ejecutar acciones de adoración al Señor tales como cantar, servirle con alegría, venir a su presencia con regocijo, reconocerle como el único Dios. Estas acciones son realizadas por aquellos que le tratan, es decir su pueblo, los que Dios ha ordenado para hacerlos suyos y para que, conociéndole, le adoren con entendimiento. Este mismo sentir lo expresa el salmista cuando dice: “Venid, adoremos y postrémonos; arrodillémonos delante de Jehová nuestro hacedor. Porque él es nuestro Dios; nosotros el pueblo de su dehesa, y ovejas de su mano. …” Salmo 95:6-7.
El ser de la pertenencia de Dios o ser su pueblo sólo está en la potestad del Señor concederlo, y esto a quien Él escoge, y, constituye un privilegio maravilloso para la persona que es favorecida; así se le dijo al pueblo de Israel: “Y Jehová te ha ensalzado hoy para que le seas su peculiar pueblo, como él te lo ha dicho, y para que guardes todos sus mandamientos; Y para ponerte alto sobre todas las gentes que hizo, para loor, y fama, y gloria; y para que seas pueblo santo á Jehová tu Dios, como él te ha dicho.” Deuteronomio 26:18- 19. Mas también se adquiere, además del privilegio, un compromiso de alta responsabilidad: Ser fiel al Señor para cumplir y guardar sus mandamientos con amor. Moisés, el caudillo, se encarga de hacer saber a Israel las promesas de bendición y privilegio que ahora gozan como pueblo de Dios: “Confirmarte ha Jehová por pueblo suyo santo, como te ha jurado, cuando guardares los mandamientos de Jehová tu Dios, y anduvieres en sus caminos. Y verán todos los pueblos de la tierra que el nombre de Jehová es sobre ti, y te temerán.” Deuteronomio 28:9-10.
Israel, una vez constituido como nación, fue instruido como pueblo sabio, con un claro entendimiento de lo que era, porque Dios lo erigió para su servicio y gloria de su nombre; de manera que con toda determinación y voluntad se debían ofrecer para adorarle: “Y Moisés subió á Dios; y Jehová lo llamó desde el monte, diciendo: Así dirás á la casa de Jacob, y denunciarás á los hijos de Israel: Vosotros visteis lo que hice á los Egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído á mí. Ahora pues, si dieres oído á mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros seréis mi reino de sacerdotes, y gente santa. …” Éxodo 19:3-5.
Reconocer que Jehová Él es Dios, es aceptar que no hay otro Dios como él, que solo Él es el Dios de la gloria, creador de todo cuanto existe, que preserva para su gloria todas las cosas; que él nos formó y nos estableció como su pueblo, para que le sirvamos y le adoremos. Así lo hizo el profeta Isaías cuando confiesa su necesidad y ruega a Dios sus bendiciones, pidiendo que mire la condición de su pueblo: “Ahora pues, Jehová, tú eres nuestro padre; nosotros lodo, y tú el que nos formaste; así que obra de tus manos, todos nosotros. No te aires, oh Jehová, sobremanera, ni tengas perpetua memoria de la iniquidad: he aquí mira ahora, pueblo tuyo somos todos nosotros.” Isaías 64:8-9.
Siendo Pueblo de Dios, gozamos de la bendición de estar bajo el cuidado del dueño de todas las cosas; y siendo ovejas de su prado tenemos el cuidado amoroso del Pastor de pastores. De ahí la seguridad de ser oídos por Dios y ser librados de mal, porque él ama a su pueblo que confía: “Entre ante tu acatamiento el gemido de los presos: conforme á la grandeza de tu brazo preserva á los sentenciados á muerte. Y torna á nuestros vecinos en su seno siete tantos de su infamia, con que te han deshonrado, oh Jehová. Y nosotros, pueblo tuyo, y ovejas de tu dehesa, te alabaremos para siempre: Por generación y generación cantaremos tus alabanzas.” Salmo 79:11-13.
Este discernimiento nos lo ha dado el Señor; saber que en el tiempo de gracia, es decir, en el tiempo del cumplimiento de la obra de Cristo el Señor, en su gran amor, por su muerte y resurrección, justificó y santificó un pueblo, el cual estableció como su iglesia; el apóstol Pedro, por revelación de Dios, lo califica como linaje escogido, gente santa, pueblo adquirido, que, al creer en Jesucristo aceptando los méritos de su sacrificio, obtiene el privilegio de ser pueblo de Dios: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, gente santa, pueblo adquirido, para que anunciéis las virtudes de aquel que os ha llamado de las tinieblas á su luz admirable. Vosotros, que en el tiempo pasado no erais pueblo, mas ahora sois pueblo de Dios …” 1 Pedro 2:9-10. Cristo amó a su iglesia y se entregó por ella para santificarla y constituirla como su pueblo, para presentársela gloriosa para sí, una iglesia santa. “…limpiándola en el lavacro del agua por la palabra para presentársela gloriosa para sí, una iglesia que no tuviese mancha ni arruga, ni cosa semejante; sino que fuese santa y sin mancha.” Efesios 5:26-27.
Nos corresponde, como pueblo de Dios, en este tiempo considerar sabiamente que como iglesia de Jesucristo lavada y redimida con su sangre, no hemos estado solos ni hemos caminado en la orfandad. Él es nuestro Padre y nos ha amparado con amor, es el Buen Pastor, que conforta nuestra alma y que, por amor de su nombre, nos guía por sendas de justicia (Salmo 23:1-6).
En nuestras reflexiones diarias afirmamos, con toda el alma, que ha sido la mano del Señor a nuestro favor y que bajo el amparo del Dios Todopoderoso estaremos concluyendo este año dos mil veinte en medio de tiempos difíciles, situaciones atípicas y circunstancias complejas que estamos viviendo; ante todas estas cosas, estaremos agradeciendo al Señor su gran amor y su grande bondad para con nosotros, porque Pueblo suyo somos, porque Jehová, Él es bueno y porque para siempre es su misericordia. El Señor los bendiga y guarde.
El Testigo de la Fe Apostólica Noviembre 2020